La acción de las ambulancias de la Cruz Roja peruana y boliviana en la Batalla del Alto de la Alianza
26 DE MAYO DE 1880
“Morir luchando, embriagado por la gloria y con el ardor rabioso del combatiente, morir así vengando las desgracias de la Patria, es un sacrificio laudable y generoso. Pero morir al enjuagar la sangre y el llanto del herido, al salvar una, muchas vidas, permaneciendo sereno entre el estampido horrendo del cañón, morir entonces, es un sacrificio doblemente heroico”.
Estas líneas son parte de un artículo propio titulado: “La acción de las ambulancias de la Cruz Roja peruana y boliviana en la Batalla del Alto de la Alianza, 26 de mayo de 1880", publicado en la revista Cátedra Villarreal, Vol. V , Núm. 2 (pp. 173-194).
Como todos sabemos, la batalla del Alto de la Alianza fue un enfrentamiento bélico que se desarrolló en la ciudad de Tacna, el 26 de mayo de 1880 en el marco de la Guerra del Pacífico, siendo una de las acciones militares más importantes de la "Campaña de Tacna y Arica".
En dicha batalla se enfrentaron los ejércitos aliados de Bolivia y Perú, ambos dirigidos por el general boliviano Narciso Campero, contra el Ejército de Chile, comandado por el general Manuel Baquedano que luego de un feroz combate, resultó en victoria para el ejército chileno.
Según el historiador militar peruano Carlos Dellepiane, las fuerzas aliadas que harían frente al Ejército de Chile fueron 9849 hombres, de los cuales 4601 eran bolivianos y 5788 eran peruanos. Mientras para las fuerzas chilenas en combate, el historiador norteamericano William Sater da la cifra de 14147 hombres, basado en documentos oficiales de dicho país.
No obstante, lejos de los hechos militares ampliamente desarrollados por la historiografía tradicional nos interesa develar la importante participación de las ambulancias de la Cruz Roja peruana y boliviana en la línea de fuego.
Teniendo en cuenta que dicho 26 de mayo de 1880, los hombres que portaban una Cruz Roja en el brazo y la gorra, libraron una lucha diferente en los campos del Alto de la Alianza. Su misión fue la de salvar vidas independiente de la nacionalidad del herido caído, no por ello exentos del fuego cruzado. Es aquí donde Zenon Dalence, médico boliviano y encargado del cuerpo de ambulancias del Ejército de Bolivia, nos da un claro símil entre el combatiente y el médico ambulante:
¡cuán diversa y a la vez idéntica perspectiva la que se ofrecía en esos momentos al guerrero que, viendo próxima la batalla, se preparaba á salir victorioso en ella, aunque fuera á costa de sus existencia, en defensa de su patria; y la del soldado de la "Cruz Roja" que, preparándose también á cumplir su misión, si bien en un rol pasivo respecto al enemigo, podía hallar igualmente la muerte en el sentimiento de la humanidad. (1881: p. 7)
La batalla se inicia cerca de las 9:00 am con un potente duelo de artillería entre ambos bandos y no tan eficiente debido a que muchos proyectiles aterrizaron en la arena sin estallar dado la calidad del suelo tacneño. Como lo evidencia Miguel Ramallo, combatiente boliviano en el Regimiento "Libres del Sud":
El cañón seguía crujiendo; las granadas pasaban sobre nuestras cabezas con aquel sonido infernal que les es propio y se enterraban en la arena; algunas se estallaban, pero solo a su estallido se levantaba una gran columna de arena que se esparcía en el aire y luego descendía sobre nosotros como menuda lluvia (1901: p. 47)
Sin embargo, después comprometido el combate y el intercambio de fusilería de la infantería, varios proyectiles menores principiaron a caer cerca de las carpas de las ambulancias, evidenciando su inconveniente ubicación. Motivo por el cual, los jefes de las respectivas ambulancias aliadas decidieron ordenar su inminente traslación metros detrás de la línea.
Como lo consigna en su parte oficial, Felipe S. Duran, jefe de la 4ta ambulancia de la Cruz Roja peruana:
A las 11 principió el combate de fusilería. Poco después, cuando el ejército aliado comenzó la retirada, empezaron también a caer balas a nuestras carpas. Las tropas de aquel ejército pasaron cerca de nosotros i entonces creció el número de los proyectiles que nos llegaban; el estandarte de la ambulancia recibió un balazo en su parte superior (Ahumada Moreno t. III, 1884: p. 333)
Es así que se puede afirmar que algunos médicos y sanitarios de las ambulancias ya mencionadas, al verse expuestos en medio de este fuego cruzado intermitente, arriesgan sus propias vidas con tal de cumplir su consigna de salvar a los primeros heridos caídos en la refriega.
Por ejemplo, Felipe S. Duran antes citado, expone en las siguientes líneas que el sanitario Fabio Marín "cayó herido por una bala que le penetró en el hombro derecho con dirección al pulmón, i fue trasladado inmediatamente a esta ciudad". (1884: p. 333)
De esta manera y por espacio de cinco horas de intenso combate entre las fuerzas aliadas y chilenas, los médicos y cirujanos se encargaban de la curación de los heridos por bala y metralla, así como de cascos de proyectiles de artillería. Recordemos que este proceso de curación en un ambiente tan hostil como un campo de batalla se concernía a la desinfección y extracción de la bala; de lo contrario el proceso sólo se reducía a la amputación del miembro para evitar que la herida se gangrenara.
Dicho lo anterior sería oportuno citar el parte de Plácido Garrido Mendivil, encargado de la 2da ambulancia civil de la Cruz Roja peruana, quien describe el recojo del primer herido de su ambulancia; el capitán peruano Vera del "Cazadores del Misti", herido por casco de bomba (es decir por fragmentos de proyectil de artillería) y que fue:
asistido inmediatamente por los señores practicantes Adolfo Chacaltana i Manuel A. Muñiz i el sanitario Demetrio Medina; habiéndose procedido a la amputación de la pierna derecha en el mismo campo de batalla, con asistencia del doctor Bertonelli. Luego nos dirijimos, como prescribe el reglamento de ambulancias, a la línea de batalla (Ahumada Moreno t. III, 1884: p. 331)
Para entender los estragos de la violencia en el campo de batalla, citamos a Eufronio Vizcarra, quien en su "Narración Histórica de los Combates de Tacna y Arica", señala que donde quiera que se dirigiese la vista en el campo de batalla se encontraban las señales del martirio y la muerte. Y donde la arena estaba "enrojecida por la sangre, los cadáveres tostados por la pólvora, los miembros humanos esparcidos en completo desórden, las cabezas de los soldados aplastadas por los cascos de los caballos, los ayes y las maldiciones de los heridos." (1884: p. 29)
Y es así como cerca de las 2:00 pm, la derrota de las fuerzas aliadas del Perú y Bolivia queda consumada y visible en la cantidad de muertos y heridos presentes en el campo de batalla y que el corresponsal chileno de "El Mercurio" indicaba que:
las pérdidas del enemigo podían sólo valorizarse visitando el campo de batalla, convertida después de esta en un verdadero campo santo. Se horrorizaba el alma al contemplar los humanos despojos sembrados por el suelo en aquella extensión, y el espíritu atribulado se detenía a imaginar los dolores y las lágrimas que aquellas pérdidas debían causar en los desiertos hogares ("El Mercurio", Valparaíso, 14 de junio de 1880)
LA VULNERACIÓN A LAS AMBULANCIAS PERUANAS Y BOLIVIANAS POR PARTE DE ALGUNAS TROPAS CHILENAS:
Las ambulancias peruanas y bolivianas recibieron una hostilidad constante por parte de algunas tropas chilenas luego de la batalla y mientras estas desplegaban su labor asistencial en favor de los heridos. No obstante cabe resaltar que hubo esfuerzos e intervención de algunos oficiales chilenos por evitar dichos perjuicios hacia la neutralidad de las ambulancias aliadas en su labor humanitaria y amparadas en el Convenio de Ginebra de 1864 y 1868.
Dichos perjuicios están plasmados en un completo "Sumario seguido por el Presidente de la Junta Central de Ambulancias Civiles de la Cruz Roja del Perú para investigar las violaciones del Convenio de Jinebra que se dicen cometidas por el ejército de Chile en las ciudades de Tacna y Arica” , en el cual se agrupan todos los partes oficiales de las cuatro ambulancias peruanas sobre el desencadenamiento de los hechos, su labor asistencial y la investigación sobre la vulneración del Convenio de Ginebra por parte de las tropas chilenas; así como en el “Informe histórico del servicio prestado por el cuerpo de ambulancias del Ejército boliviano desde su creación en Tacna hasta la repatriación de su última sección de heridos presentado al Supremo Gobierno y a los comités de la Asociación Internacional de la Cruz Roja (en la Sección Bolivia) por el Doctor Zenon de Dalence" , además de testimonios de soldados peruanos, chilenos y bolivianos que nos permiten contrastar los hechos narrados.
Los perjuicios a las ambulancias aliadas por parte de algunas tropas chilenas se basaba en el saqueo y "repase" de heridos peruanos y bolivianos presentes tanto en el campo de batalla como en las ambulancias e incluso amenazando la vida de los médicos, cirujanos y practicantes que se interpusieran en su camino.
Pero antes de citar dichos perjuicios tenemos que considerar la lógica de la violencia ejercida en el campo de batalla por parte de los soldados. Para el cual, "la batalla se desarrolla en un ambiente inestable y salvaje, tanto física como emocionalmente" donde lucha a campo abierto o agazapado por minutos u horas, "sintiendo sucesivamente aburrimiento, exaltación, pánico, rabia, pesar, perplejidad, e incluso esa sublime emoción llamada valor." (Keegan, 2013: pp. 46-47)
En resumen, lo que el soldado entiende por "batalla" es algo a muy pequeña escala de lo que conceptúan sus líderes de cuerpo de mando, se centrará en la supervivencia personal y realizará el combate según sus propias reglas y su propia ética. Es decir, el soldado legitima la violencia contra su "enemigo" según lo que él considere válido e inválido en ese momento y entender además que el principio fundamental de todo combate es "matar". Habría que añadir aquí además el criterio personal del soldado en el conflicto que:
ve sucumbir compañeros con quienes se han compartido penas y alegrías, generadoras de una vida en común; no sabe cuándo terminará todo aquello y en posesión de armas puede ejercer la venganza a discreción contra quienes lo afectan o son un peligro simplemente. Siente justificadas sus acciones y por eso no se detiene para destruir o coger botín. Los lazos normales de relación social se han disuelto, las propias decisiones son las que cuentan, destruir es un desahogo y robar parece un derecho para compensar los sufrimientos y peligros. Si en el escenario hay alcohol y mujeres, el desenfreno es inevitable (Villalobos, 2001: p. 256)
Por otro lado, el repase fue una práctica silenciosa, apartada de los límites "civilizados" que la Convención de Ginebra había dictado para el ejercicio de la guerra en los albores de la "modernidad". Además de ser una práctica en común ejercida por los tres países en conflicto. Por ejemplo, José A. Trico, sargento 2do chileno del "Atacama Nro. 1" narra a su madre en una carta fechada el 15 de junio de 1880, cómo en un primer momento de la batalla, cuando las fuerzas chilenas retroceden frente al avance aliado, "el enemigo al pasar por nuestros heridos los destrozó a bayonetazos" (Cit. en Marconi, 1882: p. 411)
Sobre los perjuicios a las ambulancias aliadas a causa de las tropas chilenas, son los médicos y cirujanos quienes a través de sus partes describen lo sucedido aquel 26 de mayo de 1880 y los días posteriores.
Pedro Bertonelli, cirujano mayor encargado del servicio sanitario de las ambulancias civiles de la Cruz Roja peruana apuntó que la mayor parte de los jefes de las ambulancias fueron obligados a retirarse, quedándose él firme en su puesto socorriendo a los heridos y tal vez por ello los soldados chilenos no asesinaron a todos los heridos que tenían en la ambulancia, además afirmó que:
Se robó mucho de nuestros materiales, i que en una carpa de la 4ª ambulancia se asesinó al coronel Luna i varios soldados todos heridos, i a mí que quise contener tales barbaridades, se me hizo fuego, pero felizmente sin hacerme daño (…) se recojieron i curaron a los heridos; pero de los nuestros que quedaron en el campo de batalla, pocos escaparon puesto que los asesinaron a todos. (Ahumada Moreno t. III, 1884: p. 330)
Plácido Garrido Mendivil, jefe de la 2ª ambulancia civil de la Cruz Roja peruana en su parte expuso que el material sanitario como botiquines, carpas, camillas, camas, cajas de hilas y vendas de dicha institución fue robado y destruido. Que su personal recibió protección gracias a un oficial chileno que conocieron en San Francisco que les dio dos soldados de custodia, no por ello fueron ajenos a los insultos de otros compatriotas suyos. Que cuando iban en busca de heridos aliados y cuando se le preguntó a algunos soldados chilenos que regresaban en esa dirección recibieron como respuesta “ya no tienen, pues, heridos” o “ya no encontrarán a ninguno hemos tenido orden de matar a todos” . Estas confesiones que en un principio él las creyó burlescas, tuvo un doloroso impacto con la realidad cuando:
ni un solo herido nuestro, solo cadáveres, muchos de ellos, en particular jefes y oficiales, con los rostros desfigurados, partidos unos por la boca i otros por la frente; algunos con balazos en los ojos, que habían salido de sus órbitas; desnudos de su uniforme, i varios hasta de la ropa interior; en cuanto a los soldados, sus bolsillos sacados a fuera (…) Hai que notar que las heridas se hallaban denegridas por los balazos a boca de jarro (Ahumada Moreno t. III, 1884: p. 331)
Claudio R. Aliaga, jefe de la 1ª ambulancia civil de la Cruz Roja peruana señaló que soldados chilenos se afanaban por arrancar las banderas peruanas que flameaban al lado de las de la Cruz Roja, siendo llevadas como trofeo de guerra. Además registra que dichos soldados con fusil en mano penetraban las carpas de las ambulancias, profiriendo amenazas de muerte a su persona, a los demás miembros de la ambulancia y heridos; donde:
gracias a la oportuna aparición de algunos jefes de aquellos, que supieron evitar la consumación cobarde de hechos horrorosos que estaban resueltos a efectuar, puedo asegurar que los domicilios de la Cruz Roja no han gozado en esos dias de tremendo juicio, las garantías que se merecían. (Ahumada Moreno t. III, 1884: p. 333)
Los perjuicios antes mencionados lo podemos ver validados en el diario de campaña (1880-1881) del Cirujano Primero del Ejército Chileno de Operaciones del Norte, Guillermo Castro Espinoza, quien afirma:
En la parte que recorrí del campo de batalla no había ni un solo enemigo herido a todos los que ví estaban muertos. Después de declarar en derrota al enemigo los soldados nuestros cazaban en el bosque, al oeste de la ciudad , a los cholos y cuicos como a pájaros o animales salvajes feroces. (1986: p. 27)
Según lo afirmado líneas anteriores, podemos puntualizar algunos perjuicios de las tropas chilenas hacia la neutralidad de las ambulancias de la Cruz Roja peruana y boliviana, además de los intentos de algunos oficiales por evitar estos y lo vemos reflejado en los documentos escritos por médicos peruanos y bolivianos antes citados.
Por ejemplo, Samuel Cárdenas, jefe de la 3ra Ambulancia Civil de la Cruz Roja peruana, relata que gran parte del material de su ambulancia como colchones, frazadas y camillas para conducir a sus heridos y palos de las carpas, los soldados chilenos lo tomaron como combustible. Sin embargo, anota además que hubo el intento de fusilarlo junto con otros médicos "i su intento se hubiera llevado a cabo, sino es que de modo casual, pero oportuno, se hubieran presentado en la próxima boca-calle dos oficiales también chilenos". (Ahumada Moreno t. III, 1884: p. 335)
Finalmente, Zenon Dalence, jefe de las ambulancias de la Cruz Roja boliviana, desglosa también la acusación de encontrar múltiples cadáveres de soldados aliados con claros signos de haber sido rematados luego de caer heridos. Pero nos deja un relato que rompe con nuestro imaginario sobre el enemigo, el capitán boliviano Adolfo Vargas del "Regimiento Libres del Sud" tenía atravesado el pecho por una bala. Y en un acto humanitario fue "traído en ancas por un jefe chileno de pequeña estatura, barba cana y de anteojos, el teniente coronel Felipe Ravelo, herido en la pierna izquierda con fractura de uno de los huesos". (1881, p. 23)
Dalence, agradece del mismo modo, las atenciones brindadas por jefes y oficiales chilenos, en especial con el coronel José Velásquez, Jefe del Estado Mayor chileno, quien “agrego de su parte que si aún necesitáramos algunos medicamentos podrían proporcionárnoslos mandando nosotros a Arica un individuo de confianza que pudiera ponerse en contacto con sus buques bloqueadores.” (1881, p. 25)
CONCLUSIONES
• Podemos ver que las tanto las ambulancias civiles de la Cruz Roja peruana como las ambulancias militares de la Cruz Roja boliviana tuvieron una participación directa y humanitaria en el traslado y curación de los heridos caídos en batalla, sin distinción de nacionalidad y amparadas en el Convenio de Ginebra de 1864 y 1868. Esto queda demostrado con el testimonio de Theodorus B. Mason, observador militar norteamericano, que en su “Guerra en el Pacífico Sur”, sobre las ambulancias peruanas dijo que “se comportaron admirablemente, asistiendo tanto a sus propios heridos como a los chilenos del ala izquierda cuando éstos fueron obligados a retirarse.” (1971: p. 177)
Y en la data final que dá, Zenon Dalence quien afirma que:
El número de heridos hospitalizados en nuestra ambulancia, hasta las mañana del 28, alcanzó a 100, siendo de ellos, 20 bolivianos, 23 peruanos y 77 chilenos. prestamos además socorro á varios heridos chilenos que habían sido recojidos en carretas, y que por carecer ya de espacio nuestras carpas, tubieron que pasar inmediatamente a Tacna, en la noche del 27, sin darnos tiempo de anotarlos ; su número alcanzaría, más o menos, á 80 ó 100 (1881, p. 24)
• Por otro lado analizamos la vulneración al Convenio de Ginebra de 1864 y 1868, del cual los tres países contendientes estaban adscritos un año antes de desencadenados los hechos; por parte de algunas tropas chilenas en perjuicio de los médicos, cirujanos, practicantes y heridos que se encontraban en las ambulancias peruanas y bolivianas durante el desarrollo de la batalla antes mencionada. No obstante incidimos en señalar que hubo también el intento de oficiales y jefes chilenos por evitar la vulneración a las ambulancias aliadas.
FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
- AHUMADA MORENO, Pascual. (1884). Guerra del Pacífico Recopilación de todos los documentos oficiales, correspondencias y demás publicaciones referentes a la guerra que ha dado a luz la prensa de Chile, Perú y Bolivia conteniendo documentos inéditos de importancia. Tomo III. Valparaíso, Chile : Imprenta del Progreso.
- CASANOVA ROJAS, Felipe. (2016). "La guerra imaginada". Identidades nacionales y representaciones de la Batalla del "Campo de la Alianza" y de la "Toma del morro" en las ciudades de Tacna y Arica 1879-1929. (memoria para obtener el título de historiador). Universidad de Tarapacá, Tarapacá, Chile.
- CASTRO ESPINOSA, Guillermo. (1986). Guerra del Pacífico: Diario de campaña 1880 – 1881.
- DALENCE, Zenon. (1881). Informe histórico del servicio prestado por el cuerpo de ambulancias del ejército boliviano. La Paz, Bolivia: Tipografía de la Libertad ,v. I.
- DELLEPIANE, Carlos. (1941). Historia Militar del Perú. Buenos Aires, Argentina: República Argentina.
- KEEGAN, John. (2013). El rostro de la batalla. Madrid, España: Turner Publicaciones S.L.
- LÓPEZ CHANG, Aramis. (2017). “La acción de las ambulancias de la Cruz Roja peruana y boliviana en la Batalla del Alto de la Alianza, 26 de mayo de 1880. Cátedra Villarreal. Vol. V - Núm. 2, pp.173-194.
- MASON, Theodorus, B. M. (1971). Guerra en el Pacífico Sur, Buenos Aires–Santiago: Editorial Francisco de Aguirre.
- RAMALLO, Miguel. (1901). Recuerdos del "Tiempo Viejo". El 26 de mayo de 1880 en el Alto de la Alianza,. Sucre. Imp. La Industria.
- SATER, William. (2016). Tragedia Andina: La lucha en la Guerra del Pacífico 1879-1884. Santiago, Chile: DIBAM.
- VILLALOBOS, Sergio. (2004). Chile y Perú, la historia que nos une y nos separa 1535-1883, Santiago, Chile: Editorial Universitaria.
- VIZCARRA, Eufronio. (1885). Narración Histórica de los Combates de Tacna y Arica, La Paz, Bolivia: Imprenta de “El Siglo Industrial”.